miércoles, 3 de abril de 2013

Sustento, patrimonio y sostenibilidad


Autor:
M. Fernando Martín Torres
Licenciado en Geografía e Historia.
Empresario de la Carta Europea de Turismo Sostenible en La Gomera
Agente de Desarrollo Local. Ayuntamiento de Vallehermoso. La Gomera.


INTRODUCCIÓN

Por brecha digital se conoce aquella que nos hace perder el tren del conocimiento y la información por no saber usar adecuadamente las nuevas tecnologías. Es de preocupar aún más otra brecha, menos de moda, que es la que nos distancia del adecuado conocimiento y puesta en valor del pasado común. Con este artículo, escrito por un empresario de la CETS en La Gomera, se espera contribuir a acortar distancias con el pasado del Parque Nacional de Garajonay, auténtica plataforma de patrimonio, identidad y cultura. Para ello se plantean vínculos constantes y relaciones entre ámbitos culturales, económicos, paisajísticos y sociales que interaccionan todos con todos. La isla y el parque tampoco son tomadas como realidades de análisis singular, sino como espacios territoriales yuxtapuestos.


PROVISIÓN DIRECTA DE RECURSOS

En la segunda mitad del I Milenio A.C. la Gomera estaba ya poblada. Se estima en 2000 los aborígenes en los momentos previos a la conquista. Para ellos, el interior del monte, por la humedad y bajas temperaturas no era lugar apropiado para vivir, aunque sí para procurarse asentamientos ganaderos temporales. En la isla, tomando a los barrancos y sus cauces como ejes, se ha producido una explotación vertical del territorio, donde el monte, en su parte superior, ya en la prehistoria proporcionaba frutos silvestres, plantas curativas y madera para diversos usos.


Desde mediados del siglo XV, durante los cuatro siglos en los que La Gomera estuvo bajo el régimen señorial, los usos en el Garajonay son el resultado de la explotación de los privilegios nobiliarios en un monte con una superficie mayor a la actual. Para casi todos los aprovechamientos era necesario una licencia señorial, condicionada a ciertos cumplimientos que se presentaba al Alcalde mayor o a los guardas. Es seguro que un buen porcentaje de población accedía a esos recursos de forma clandestina.
Los primeros usos fueron la leña y la madera. Con la leña se fabricaba el carbón, principal combustible hasta la llegada del petróleo a mediados del siglo XX, y con ella se cubrieron también las necesidades de cultivos de autoabastecimiento o de exportación. Con la madera se elaboraron utensilios de labranza, ingenios azucareros, barcos, lagares, telares así como edificios de diversa índole: casas, iglesias, ermitas, etc. También se ha constatado envíos de madera a otros lugares, especialmente las islas vecinas de Tenerife y Gran Canaria.
El consumo de la raíz de la helechera (Pterium aquilinum), se extendió hasta mediados del siglo XX, fue alimento fundamental para los más pobresbres, las dos terceras partes de la población, y frenó la emigración en tiempos difíciles. Con ese rizoma se fabricaba una harina que se tostaba y molía con molinos de mano.
Del monte también se ha aprovechado su hierma, se han recolectado plantas para usos medicinales o como tinte; y se capturaban conejos, palomas y pájaros.

ACTIVIDADES AGROPECUARIAS Y SEMIINDUSTRIALES

Hasta mediados del siglo XX, la sociedad y la economía insular se interpretan, a grandes rasgos, a partir de lo que supone la explotación con carácter cíclico de varios productos agrícolas que repercuten, a su vez, en el monte. La intensidad de la afección depende del tipo de cultivo, su ubicación preferencial y la duración del ciclo.
La caña de azúcar implantada a finales del S. XV se concentró en los barrancos de Hermigua, Vallehermoso, Alojera y Valle Gran Rey. Precisaba un abundante consumo de leña para la transformación de la caña así como madera para la construcción del ingenio azucarero, sus instalaciones complementarias, y utillaje: ruedas, ejes, prensas, cureñas, acequias, cajas etc. A final de este ciclo el bosque habría sufrido un retroceso de un tercio de su superficie original.
Otro esfuerzo roturador se realiza para ampliar la superficie dedicada a vino y cultivos de autoabastecimiento, principalmente cereales, afectando también a zonas de Vallehermoso, Hermigua, Chipude, Arure o Sobreagulo. El monte proporcionaba palos y horquetas para los parrales y maderas para fabricar las barricas de vino.


La artesanía de la seda, y la recolección de la barrilla y la orchilla ocupan, especialmente en la primera mitad del siglo XIX, un lugar importante en la economía insular pero no suponen afecciones intensas para el monte o para el paisaje natural. La cochinilla por su parte afectó en la segunda mitad del XIX a terrenos ya roturados pero supuso la introducción de una especie exótica que ha llegado a naturalizarse.
La elaboración de conservas de pesca en la segunda mitad del XIX en las factorías del sur de la isla, sí que incidió sobre el bosque ya que el proceso de transformación requería de abundante combustible vegetal, y el embalaje del producto para su exportación a los mercados mediterráneos precisaba gran consumo de madera.
El plátano y el tomate han sido los más recientes cultivos de exportación. El primero usaba tierra de monte para mejorar el suelo de algunas fincas de medianías y costa así como palos para horquetas y madera para el empaquetado.
Históricamente, y como parte de una economía de sustento, el borde el monte ha sido colonizado por llanos y pequeñas eretas con cultivos de papas, millo, berros y hortalizas. De igual forma, y como espacio de uso comunitario ha sido soporte de una compleja y rica actividad ganadera.

OFICIOS, EXPRESIÓN MUSICAL Y PERVIVENCIA CULTURAL

El monte también ha proporcionado recursos y materia prima para los oficios artesanales. Así, el trabajo de la madera era una especialidad practicada en su mayoría por hombres de los caseríos próximos al monte. Se elaboraban muebles domésticos (bancos, baúles, camas, loceros, mesas etc.); utensilios para la cocina (cubiertos, morteros, loceros,) así como para las tareas agropecuarias: yugos, arados, telares, etc.
Con madera se fabrican también los instrumentos de referencia en nuestra cultura musical y folklórica. Así, el tambor es una caja circular que mide entre 20 y 30 centímetros de diámetro formado por dos aros y un doble parche elaborado con piel de oveja, cordero o cabrito. Una cuerda une en zig-zag los aros. Su sonido se consigue por la percusión en uno de los lados con un palo de madera de unos 25 centímetros, alcanzando especial resonancia por la vibración de una cuerda metálica muy fina que se sitúa sobre la membrana del otro lado.
Las chácaras gomeras tienen la forma de unas castañuelas aunque de mayor tamaño; se elaboran con madera de moral, brezo, viñátigo, etc. Antiguamente se le daba forma y se abrían los huecos con la ayuda de azuelas, gubias y “barbequis”, hoy la maquinaria eléctrica facilita la labor. En sus bordes se abren unos pequeños orificios por los que se pasan unas tiras que finalmente se sujetan a las manos del tocador.


Por su parte la alfarería ha sido, históricamente, oficio de mujeres. El monte aledaño aprovisionaba de tierra, almagre y madera para el horno. Las “loceras” han heredado rasgos primigenios, y para muchos prehispánicos, que se sustancian en la ausencia de elementos decorativos en las piezas, en un moldeado sin torno y en la pervivencia de unas formas semiesféricas y ovoides. En nuestra isla se siguen elaborando “tiestos”, “lebrillos”, ollas y, tallas en El Cercado, que cuenta además con un centro de interpretación de la actividad.
Ya los aborígenes utilizaban el cuero para confeccionar su indumentaria. Tras la colonización, pastores, muchos de los cuales pastoreaban en el bosque, siguieron elaborando zurronas para amasar gofio, y “foles” para transportar mosto; utilizando pieles de cabritos y corderos, para lo cual, se ayudaban tan sólo de un cuchillo bien afilado.
Fruto de la actividad ganadera era también la elaboración artesanal de prendas de lana. Tras la esquila, lavado y escarmeno de la lana, las tejedoras la hilaban con la rueca y el huso. Una vez preparadas las madejas y los ovillos, era el momento de poner en marcha el telar para confeccionar jergas, alforjas, chalecos, chaquetas o calzones.
Para investigadores, como López Viera, las montañas y la presencia del monte han contribuido a la pervivencia en la población gomera de unas peculiaridades capacidades y pautas de conducta, que se han prolongado con mucho arraigo hasta la segunda mitad del siglo XX. Su epicentro se ubicaría en los grupos humanos de los asentamientos de la periferia del Garajonay. Durante la colonización ese grupo poblacional no asimilaría por completo las costumbres, la religión y el resto de las transferencias culturales de los europeos, favoreciendo, por el contrario, la transmisión de elementos de identidad propios a la población española y europea. En ese sentido, el Garajonay, el monte o la montaña gomera sería un territorio de “arraigo territorial” y de "autoconciencia”. Ello ha sido especialmente estudiado por López Viera en lo que hace referencia a algunos aspectos musicales como el toque y baile del tambor pero podría ser extensible a otras manifestaciones etnográficas o culturales. Históricamente fueron, de forma discriminatoria, considerados magos; cronistas como Carballo Wangüemert, René Vernau o Juan de Castro Ahita destacaban, en términos negativos, su conducta y carácter. Se trata de una población rural aislada de los centros de decisión, cuyos escasos recursos tienen que ver con inteligentes aprovechamientos ganaderos y agropecuarios del monte, de escasos estudios, cohesionados como grupo poblacional (porque sus miembros padecen las mismas penurias y disponen de los mismos recursos para afrontarlas) y, por último, que hace uso de la oralidad para transmitir conocimiento e información.
Se puede entender ese grupo social como portador, e importante trasmisor, de buena parte de nuestras más conocidas actividades tradicionales y rasgos de identidad. Cabe citar algunas manifestaciones artesanales (alfarería y talla de madera), musicales (baile de tambor), el silbo gomero, la construcción de casas de piedra y barro, o el consumo de ciertos alimentos: gofio, amolán, torta de helecho, etc.


Evidentemente la presión humana, sustanciada en las actividades ganaderas o agrícolas, en los aprovechamientos o en los lamentables incendios ha transformado el monte primigenio, el ecosistema natural. Hoy tenemos un bosque diferente, pero que por diversas razones ha llegado a preservar lo esencial de sus valores forestales, de flora y de fauna. Las características de la interacción de los Gomeros tiene mucho que en la conservación de este patrimonio que ya es de la humanidad.

PERSPECTIVAS DE DESARROLLO SOSTENIBLE

La calidad del paisaje del Garajonay es indudable dando respuesta, a decir de los especialistas, a las expectativas del observador. El agua está presente y predominan los elementos verdes frente a las zonas más secas, las formaciones arbóreas abundan más que las arbustivas, las zonas de topografía accidentada son más que las superficies llanas y la diversidad botánica y geomorfológica se impone frente a la monotonía de especies y formas homogéneas de otros espacios.


Garajonay contribuye de forma muy notable a la imagen y al concepto global que se tiene de La Gomera, ello es especialmente palpable en el ámbito digital, donde páginas webs oficiales y también privadas lo mencionan asiduamente. Si bien el Parque es objeto de continua y a veces masiva visita turística, también se ha convertido en uno de los principales argumentos para favorecer la presencia de un turismo individual y de naturaleza a la búsqueda de sensaciones y vivencias próximas al ecoturismo. Al hablar de Garajonay se hace referencia al espacio natural pero, como se ha visto en el artículo, no hablamos sólo del monte, puesto que posee otros atributos, materiales e inmateriales, que debidamente expresados facilitan experiencias turísticas de primer orden. La puesta en valor de auténticos elementos de identidad vinculados a la artesanía, el folklore, la alimentación, las visitas, el senderismo o los alojamientos es un reto colectivo.
Actualmente el Garajonay es parte integrante de la red de espacios integrados en la Carta Europea de Turismo Sostenible, ello, más allá que un reconocimiento, supone un proceso, un plan de acción que está propiciando una mayor participación y coherencia en la construcción de una oferta turística que quiere basarse en la calidad y en la sostenibilidad.


La Gomera ha sido declarada Reserva de La Biosfera en el año 2012, que se suma a los otros 17 Espacios Naturales Protegidos. Camina hacia la oficialidad la Reserva Marina que protegerá dos privilegiados ecosistemas marinos situados uno al Norte y otro al Sur de la isla. La red de senderos pugna por homologarse, siendo los del interior de Garajonay los que, previsiblemente, primero alcancen este objetivo.


Complementariamente a estos reconocimientos al patrimonio natural, y ya fuera del espacio protegido, La Gomera tiene otras potencialidades al contar con paisajes culturales en el medio rural que consolidan rasgos de identidad y trasmiten valores de nuestro territorio. Reclamando atención y cuidado perviven aún rincones olvidados donde apreciar casas de piedra y barro rodeadas de palmas, granadillos y vinagreras a las que se accede por caminos enmatacanados; senderos que nos llevan hasta lagares comunales con pesadas vigas trenzadas con guías de hiedra y zarzas; antiguos molinos de agua con sus chapaletas mudas; artesanos que siguen trabajando mimbres, ristras, pencas y cañas; artesanas que en sencillos talleres siguen amasando barro para moldear sus tallas; antiguos cascos históricos con callejones de piedra a cuyos lados se levantan casas de singulares fachadas; cocinetas viejas donde se ahuma el queso de cabra para el almogrote casero; clareas de barrancos con hilos de agua donde crecen berros y ñames; terrazas de cultivo encaramadas en lugares inverosímiles, etc.
Es de destacar finalmente que para la pervivencia de los espacios agrarios no es desdeñable el papel a jugar por los contratos territoriales, en los que el agricultor cultiva de forma biológica, limita riesgos de incendios y mantiente el paisaje a cambio de recibir incentivos de diversa índole, no sólo económicos.

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